«Creo que lo que hago tiene un impacto real en la vida de los chicos y chicas y en lo que se puede hacer en el día a día en los hogares y eso es muy satisfactorio»
Amaia Bravo. Catedrática de Psicología y Subdirectora Grupo de Investigación en Familia e Infancia. Universidad de Oviedo.
Dentro del Plan de Formación de ACCAM para el 2022/23, se incluye el Curso «MANEJO DE ESTATEGIAS DE INTERVENCIÓN EN CRISIS Y ABORDAJE DE PROBLEMAS EMOCIONALES Y DE CONDUCTA, POR PARTE DE LOS EQUIPOS EDUCATIVOS DE LOS HOGARES DE ACOGIDA» elaborado por el Grupo de Investigación en Familia e Infancia perteneciente al Departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo y cuyos responsables son los profesores Jorge Fernández del Valle (director) y Amaia Bravo Arteaga (subdirectora). Durante cinco sesiones de noviembre a junio (una presencial y cuatro online), los/as profesionales de los Centros de Protección de Menores pertenecientes a ACCAM se están formado en cuestiones como el modelo terapéutico, los principales déficit identificados en los menores en protección, la creación del vÍnculo, los modelos de intervención en el abordaje de conducta, las técnicas de comunicación, entre otros interesantes temas. El curso está teniendo muy buena acogida entre los y las profesionales participantes.
A Amaia Bravo, Catedrática de Psicología y Subdirectora del Grupo de Investigación en Familia e Infancia (GIFI) de la Universidad de Oviedo le encanta su trabajo porque lo que hace tiene un impacto real en la vida de una parte de la sociedad. Lleva más de dos décadas dedicadas a la investigación en el ámbito de los servicios sociales de familia e infancia. Junto con el catedrático Jorge Fernández del Valle, investigador responsable del GIFI y los miembros de su equipo, han desarrollado una amplia producción académica que ha dado como resultado la implementación, en varias comunidades autónomas españolas, de programas como PLANEA, herramienta de trabajo destinada al entrenamiento de habilidades para la vida independiente en jóvenes en acogimiento residencial o la implantación del modelo CARE (Child And Residential Experiences), basado en la evidencia para intervención en acogimiento residencial elaborado por la Universidad de Cornell (EE:UU.) y que tiene como objetivo promover programas de cuidado residencial que sirvan a los mejores intereses de los niños, niñas y adolescentes uniendo la investigación y la práctica.
Amaia compagina su trabajo de investigación con su faceta como docente lo que le lleva a viajar a distintos rincones de España y fuera del territorio nacional con el fin de dotar a los profesionales de los centros de protección de las herramientas necesarias para mejorar la vida de los/las menores de los centros y acompañarlos en su proceso de convertirse en adultos autónomos. De su trabajo, de la importancia de contar con profesionales formados y de otros temas relacionados con el día a día del acogimiento residencial hemos hablado en la siguiente entrevista.
En primer lugar, nos gustaría conocer ¿Cómo nació la colaboración entre Andalucía y Asturias, entre ACCAM y vuestro grupo de investigación?
Fue una inquietud, una demanda que surge desde ACCAM. Tanto Jorge como yo llevamos muchos años formando equipos educativos en temas de calidad en el ámbito del acogimiento residencial y luego desarrollando formaciones más específicas. Eso nos ha permitido conocer a muchas entidades porque, a veces, la demanda de formación nos llega por parte de un gobierno, por entidades privadas, federaciones o, como en este caso, por asociaciones que agrupan diferentes entidades. También, a veces, a través de congresos como en el Congreso de Infancia sobre maltrato infantil que nos ha llevado a conocer a muchos equipos y entidades. Con Andalucía llevamos desarrollado colaboraciones desde hace muchos años.
¿En qué consiste esta formación y cuáles son sus objetivos principales?
Sobre todo es generar un espacio de reflexión, repensar cómo se llevan a cabo las intervenciones con los chicos y chicas y qué mirada tenemos hacia el comportamiento y las necesidades que muestran. Darle un giro para ser capaz de darnos cuenta de todo lo que hay detrás de esas conductas y de sus comportamientos. Entender lo que es el comportamiento basado en el dolor y los efectos que causa el trauma. Conocer y comprender las necesidades emocionales que tienen estos chicos y chicas para poder reenfocar las intervenciones con el fin de que sean realmente intervenciones sanadoras, que curen, que promuevan resiliencia… porque nos hemos dado cuenta, desde hace mucho tiempo, que se lleva diciendo que los/las menores que llegan a acogimiento residencial cada vez están más dañados, están más rotos. Nos hemos centrado mucho en que presentan problemas de conducta muy desafiantes y esto ha llevado a que, desde muchas entidades y en general, el programa de acogimiento residencial, se hayan centrado mucho en establecer mecanismos de control y modificación de la conducta.
Se han generado hábitos inadecuados, hay que modificarlos y crear hábitos distintos de la dinámica centrada en la aplicación de consecuencias, refuerzos y castigos. Hace tiempo que venimos pensando que esto no nos lleva a cubrir las necesidades emocionales que tiene estos chicos y chicas que han vivido situaciones muy adversas, que tienen un funcionamiento basado en el dolor a causa de un trauma.
El enfoque de la intervención tiene que dar un giro y crear equipos educativos que sean sensibles a ese daño, a ese dolor; tener las competencias para responder de una manera adecuada a ello, para que los chicos y chicas encuentren, en el hogar, un espacio donde pueden curarse y sentirse mejor. Que puedan desarrollar nuevas competencias que es de lo que se trata y aprender a conducirse en la vida de una manera diferente, de una manera que realmente funcione para ellos. Eso implica que los/as educadores/as sean capaces de ver lo que hay detrás de esta conducta, de un desafío o un reto, que hay daño y dolor en ese niño/a o adolescente. Recogerle, hacerle entender lo que está sintiendo y cómo puede manejar esas emociones para que la próxima vez sea capaz de regular esas emociones y comportarse de otra manera porque le vamos a dar las herramientas necesarias para ello. Todo eso que parece dicho de manera muy sencilla implica generar muchas competencias en los equipos educativos y ver las conductas desde otra perspectiva.
¿Cuál ha sido la demanda principal, en materia de formación, por parte de los equipos educativos?
Nos estamos encontrando con situaciones en las que hay, cada vez, más conflictos. Eso nos lleva a demandar más control, más límites para manejar esas situaciones porque son chicos y chicas que comprometen mucho la convivencia en el hogar. Entonces la demanda, cuando se plantea un curso de este tipo, suele ser cómo manejarse en situaciones de conflicto y de crisis. Hay estrategias para ello, procedimientos sobre cómo contener una situación de crisis y cómo manejarla posteriormente, pero es muy importante el antes, el ser capaz de prevenir esa situación. Ser capaz de ver esos daños para crear escenarios de acogida donde realmente el conflicto no va a estar aflorando de manera tan intensa y eso sucede cuando desarrollamos otro tipo de competencias, de mirada, de manejo de las situaciones. Sin duda hay que tener esas herramientas para manejar el conflicto porque son chicos y chicas que llegan en momentos muy duros en su vida a los centros de acogida. La demanda suele surgir ahí…en la búsqueda de estrategias concretas para situaciones complejas. Pero no existen técnicas ni respuestas que se puedan generalizar a todas las situaciones. La clave se encuentra en la naturaleza de la relación que se crea con cada uno de los chicos y chicas, en las competencias adquiridas como profesionales para comprender la necesidad en cada momento y la respuesta más adecuada, huyendo de normas muy estructuradas que no se basan en las necesidades individuales ni los condicionantes de cada situación.
En su grupo de investigación llevan a cabo encuestas y entrevistas con los/las menores. ¿Qué demandan los niños, niñas y adolescentes de los centros de sus equipos de educadores/as?
Lo que muchos jóvenes demandan es que sus rutinas sean buenas. Estar rodeados de personas que les hacen sentirse bien, tener una buena relación con los/as educadores/as y con los/las compañeros/as; quieren sentirse seguros y eso lo tenemos que conseguir creando un ambiente donde, física y emocionalmente, se sientan seguros, donde no haya continuamente conflictos y sientan que, cuando se sienten mal, encuentran respuestas sensibles. Eso es lo que principalmente necesitan y demandan porque luego, cuando pasa el tiempo, lo que suelen recordar los chicos y chicas que han estado los hogares de acogida es precisamente esa buena relación, ese vínculo que habían tenido con los/as educadores/as que realmente se preocupaban por ellos/as. Como he escuchado más de una vez los chicos y chicas, quieren ser vistos, pero vistos de verdad, que les ayuden a entender lo que sienten.
También expresan la necesidad de sentirse escuchados y tenidos en cuenta, tener información y jugar un papel en la toma de decisiones sobre su vida. La propia medida protectora supone una ruptura en su proyecto vital y para reconducirlo ellos juegan un papel fundamental.
Los equipos educativos están formados por profesionales de distintos perfiles, educadores/as, psicólogos/as, religiosos/as, orientadores/as laborales, etc. y cada uno de ellos juega un papel determinado en la relación con los chicos y chicas del hogar…
Está claro que habiendo un equipo técnico cada miembro aporta competencias específicas. Todos los/las profesionales que has mencionado tienen que funcionar como un engranaje. Hay que apoyar a los equipos educativos o a las personas que realizan labor de atención directa con los chicos y chicas para que se sientan muy competentes y apoyados en la labor que hacen el día a día porque esa es la clave. Por ejemplo, el contar con la figura de un psicólogo/a puede ser clave para dar herramientas y apoyo a los equipos educativos antes necesidades muy concretas. La figura del trabajador social puede desarrollar una gran labor en la necesaria conexión con la familia, la escuela y la comunidad.
Aquí lo importante es que todos los/las profesionales implicados creen un equipo cohesionado. Apoyar el equipo educativo para que pueda realizar, en el día a día, esa labor de enganche, de vincularse, de responder a las situaciones cotidianas, de capacitar, de crear competencias, de promover desarrollo…para todo ello necesitamos tener a todos estos otros profesionales apoyando a los equipos educativos, porque además es una profesión emocionalmente dura que requiere apoyo y soporte.
Una de las sesiones formativas se ha centrado en la comunicación, un aspecto muy importante tanto dentro del equipo educativo como en la relación con los chicos y chicas. ¿Cómo podemos mejorar en ese sentido?
Ha de haber una buena comunicación entre el equipo, con los/las menores, modelar habilidades en ellos/as, con las familias. Todos/as hemos podido recibir formación sobre las habilidades de comunicación, de los errores típicos. Todos/as tenemos un estilo diferente que se puede entrenar y que se puede mejorar. Pero, aparte de eso, la comunicación es mucho más. Es generar equipos muy cohesionados que se apoyan, que reconozcan también un mal momento y un mal día en un/a compañero/a y aún así se apoyan. También es importante la capacidad de autoconciencia, de reflexión, la cual implica ser conscientes de lo que estamos haciendo, para qué lo estamos haciendo, cuál es la intención de nuestra intervención. Darte cuenta también de cuándo tienes un mal día o estás en una situación en que no te puedes meter. Todo eso hay que trabajarlo para tener un equipo muy competente.
Lleva más de dos décadas dedicada a investigar en el ámbito del acogimiento residencial de menores, ¿Cómo ha sido su evolución personal y y profesional en estos años? ¿Qué es lo que más le gusta de su trabajo?
Creo que si me gusta tanto lo que hago es por los equipos profesionales que trabajan en este ámbito, por los educadores y educadoras que me he encontrado a lo largo de estos años. A veces, te encuentras equipos que ya están muy desgastados y tener la energía de poder revitalizar esos equipos me resulta muy motivador. Creo que lo que hago tiene un impacto real en la vida de los niños, niñas y adolescentes, en el funcionamiento cotidiano de los hogares. Me he encontrado a lo largo de esos años a personas excepcionales que creen verdaderamente en lo que hacen y que están tremendamente implicados. Yo diría que es una profesión por la que merece la pena hacer todo esto.
Trabajando desde el ámbito académico, como es mi caso, siempre he tenido la sensación de que lo que hacemos importa. En el grupo de investigación también hemos desarrollado los estándares de calidad, cómo ha de ser un acogimiento residencial de calidad. El crear esas pautas, criterios y técnicas, dar herramientas para que se ajuste realmente lo que hacemos en el sistema de protección a lo que necesitan los chicos y las chicas para que tengan la oportunidad de tener una buena vida el día de mañana, te aporta la sensación de que tiene un impacto real y eso es muy satisfactorio. También tiene sus momentos críticos, hay momentos en que te vuelves a encontrar con las mismas dificultades o mismas inercias que creías ya superadas. Pero luego encuentras algo a lo que te vuelves a aferrar, vuelves a encontrar equipos con ganas de luchar, vuelves a encontrar iniciativas como el programa CARE que nos vuelve a revitalizar y decir esto es lo que necesitábamos para darle un giro a la manera de funcionar en los hogares de acogida y eso te vuelve a motivar así que…sí…reconozco que me encanta lo que hago.
Y de cara al futuro, ¿Cómo deberían ser o hacia dónde hay que ir en la atención a los/las de menores en los centros de protección?
Desarrollar un enfoque terapéutico, con intervenciones sensibles al trauma de estos niños y jóvenes, y capaz de promover su desarrollo y competencias, es la clave para hablar de un acogimiento residencial de calidad. Debemos ser conscientes de que el acogimiento residencial es un programa especializado en atender a los chicos y chicas con más necesidades, más dificultades y los equipos educativos tienen que orientarse, cada vez más, a que sus intervenciones adopten un carácter terapéutico. Eso significa trabajar mucho las habilidades para crear buenas relaciones con los chicos y chicas, saber entender bien lo que necesitan y tener herramientas que permitan ese enfoque terapéutico. También considero, desde luego, que hay que invertir en la red de acogimiento residencial para que sea una red que funcione de una manera flexible y que tenga suficientes recursos. A veces hay muchas diferencias entre unas comunidades autónomas a otras. Por mucho que queramos que se desarrollen intervenciones de carácter familiar siempre va a haber chicos y chicas que necesitan de una intervención en grupo y de una intervención profesionalizada, precisamente, por eso, porque son trayectorias muy cronificadas que requieren de un ambiente muy cuidado y profesionales muy capacitados e implicados. Estoy convencida de que el futuro tiene que ir hacia invertir en un acogimiento residencial de calidad, de carácter terapéutico, con equipos muy formados en el trauma.